El 20 de enero de 2025, el presidente Donald Trump ordenó un congelamiento inmediato de 90 días en la asistencia exterior de Estados Unidos, una medida que incluyó más de 40 mil millones de dólares destinados a proyectos internacionales de USAID. Posteriormente, el 10 de marzo de 2025, se confirmó que el 83% de los programas financiados por USAID habían sido cancelados, lo que afectó aproximadamente 5,200 contratos previamente asignados para el desarrollo de diversas iniciativas globales.
Uno de los sectores más afectados por estos recortes es la lucha contra la tuberculosis, una enfermedad que sigue cobrándose más vidas que cualquier otra enfermedad infecciosa. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2023 se reportaron 10.8 millones de nuevos casos y 1.25 millones de muertes relacionadas con esta enfermedad. Los drásticos recortes en financiación han provocado el desmantelamiento de programas críticos, exponiendo a millones de personas a riesgos considerables.
La OMS advirtió que la suspensión de estos programas no solo dificulta el diagnóstico y tratamiento, sino que también contribuye al desarrollo de cepas resistentes a los medicamentos. Esta situación pone en peligro los avances logrados en la lucha contra una enfermedad que, según la OMS, ya ha sido sujeta a interrupciones en los tratamientos esenciales. Desde finales de enero de 2025, se calcula que estos recortes de USAID han derivado en 3,600 muertes adicionales y al menos 6,400 nuevas infecciones por tuberculosis.
USAID, que anteriormente asignaba entre 200 y 250 millones de dólares anuales para combatir la tuberculosis en países en vías de desarrollo, ha dejado de apoyar a 18 naciones con alta carga de la enfermedad, la mayoría de ellas en África. Las consecuencias inmediatas incluyen la pérdida de acceso a sistemas de diagnóstico, la descontratación de trabajadores de salud clave y la interrupción en el suministro de medicamentos vitales. Estas interrupciones han debilitado los sistemas de vigilancia, lo que dificulta el seguimiento y el control de nuevos brotes.
El impacto también se ha sentido dentro de EE.UU. En 2023, el país experimentó más de 9,600 casos de tuberculosis, lo que supone un aumento del 16% en comparación con el año anterior y un 9% respecto a los niveles prepandémicos de 2019. Las preocupaciones aumentan ante los posibles efectos de desatender una infección que todavía demanda atención continua.
Expertos como la Dra. Lucica Ditiu señalaron que las bacterias responsables de la tuberculosis se están adaptando aceleradamente ante la falta de tratamientos adecuados: “Cuando el tratamiento se interrumpe, el riesgo de cepas resistentes aumenta exponencialmente”.
La tuberculosis, que sigue siendo una de las enfermedades más mortíferas del mundo, enfrenta un desafío monumental en este escenario de recortes. Previamente considerada una amenaza controlable con los recursos adecuados, los avances alcanzados en años recientes se ven amenazados debido a la suspensión abrupta de financiamientos cruciales, exponiendo a millones de personas a mayores riesgos de contagio y fallecimiento.
La tuberculosis genera más muertes anuales que el VIH/SIDA y la malaria juntos, y se estima que un cuarto de la población mundial alberga la bacteria de forma latente. Sin tratamiento, aproximadamente el 45% de los pacientes con tuberculosis activa fallece.