Daniel Stern, conocido por interpretar al torpe ladrón Marv en la icónica película "Mi Pobre Angelito", ha encontrado una nueva manera de conectarse con el público: a través de su vida cotidiana en un rancho de mandarinas y su pasión por la escultura. A los 67 años, Stern ha logrado reinventarse, ganándose el cariño de sus seguidores en redes sociales como TikTok e Instagram, donde comparte desde la cosecha de frutas hasta detalles de su proceso creativo en el arte del bronce.
Stern, quien alcanzó la fama en los años 90, combina su humor característico con una narrativa auténtica sobre la vida en el campo en el condado de Ventura, California. Sus publicaciones, cargadas de momentos familiares y dedicación artística, han cautivado a nuevas generaciones de fanáticos. Algunos incluso le han apodado "El Bandido de los Cítricos", en alusión a su personaje en "Mi Pobre Angelito".
El actor se ha dedicado a la escultura durante los últimos 25 años, creando piezas públicas que cuentan historias comunitarias y promueven la interacción. Una de sus obras más destacadas es una escultura de un director anónimo, que celebra la historia cinematográfica de Monrovia, California. "Quiero que la gente interactúe con mis piezas", señala Stern, cuyo objetivo es generar experiencias significativas a través de su arte.
Además de su faceta artística, Stern ha escrito sus memorias, Home and Alone, y trabaja en nuevos proyectos creativos, como un musical basado en una película de culto. Aunque asegura que no suele ver sus propias películas, reconoce el impacto cultural de "Mi Pobre Angelito", comparándola con clásicos como El Mago de Oz.
La vida en el rancho ha ofrecido a Stern un espacio de calma y creatividad tras el torbellino del estrellato. A pesar de ser judío, ha adoptado tradiciones únicas para celebrar las festividades, como inventar al personaje de "Hanukkah Harry", una figura caritativa que inspira a sus nietos a compartir con los más necesitados.
Hoy, Daniel Stern se define como un hombre que encuentra felicidad en los pequeños placeres de la vida rural, en su arte y en la conexión genuina con quienes lo siguen. Un viaje inspirador que demuestra que, incluso lejos de las cámaras de Hollywood, es posible seguir tocando corazones y dejando huella.