Brasil ha registrado 200,013 focos de incendios, un aumento significativo del 5.3% en comparación con el total de incendios de 2023. Durante agosto de 2024, los incendios aumentaron un alarmante 120% respecto al mismo mes del año anterior. Estos incendios han devastado aproximadamente 11.39 millones de hectáreas de la Amazonía brasileña.
Los estados más afectados incluyen Mato Grosso, Pará y Mato Grosso do Sul. La sequía registrada ha sido catalogada como la más intensa y extensa en la historia del país, con el nivel del río Madeira alcanzando su punto más bajo desde 1967. Esta situación ha dejado a varias comunidades ribereñas aisladas y con acceso limitado a recursos vitales.
El hábitat de numerosas especies locales ha sido devastado, provocando la muerte de muchos animales. Al menos cuatro territorios indígenas han sido afectados por el fuego, lo cual ha llevado a los líderes indígenas a lamentar la pérdida de conocimiento tradicional sobre los patrones de lluvia y el manejo del bosque.
Los habitantes locales atribuyen la crisis a la combinación del cambio climático y la codicia humana, incluyendo la construcción de represas hidroeléctricas que han alterado los ciclos naturales. La utilización del fuego para despejar tierras agrícolas y ganaderas ha exacerbado la situación.
El fenómeno climático de El Niño ha sido identificado por los científicos como una de las causas principales de la sequía de 2023. Sin embargo, los efectos de este fenómeno se han visto amplificados por el cambio climático acumulado desde 1998.
El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha reconocido la gravedad de la situación y ha prometido un enfoque más agresivo contra los delitos ambientales. En su discurso en la Asamblea General de la ONU, Lula enfatizó la urgencia de tomar medidas para evitar que las futuras generaciones paguen el precio de la inacción climática. Mientras tanto, los residentes de comunidades afectadas, como Paraíso Grande, han solicitado ayuda humanitaria y apoyo gubernamental para enfrentar esta crisis.
Desde la década de 1970, la cuenca amazónica ha experimentado un aumento de temperatura de 1.5 grados Celsius. Algunas áreas han visto una extensión en la temporada seca de hasta una semana y una reducción de la humedad del 34%. La vida en las comunidades ribereñas ha cambiado drásticamente, con vastas extensiones de arena expuestas y acceso limitado a recursos hídricos.
Esta crisis ambiental no solo afecta a Brasil sino que tiene repercusiones globales, subrayando la necesidad urgente de abordar el cambio climático y sus efectos devastadores.