Opinión

Trump, el Bufón del Apocalipsis

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“Empezaron a dejar todo al azar, y el azar nunca ha tenido compasión por nadie” – Albert Camus

En las entrañas de un mundo que alguna vez se llamó civilizado, donde los pactos mantenían la cordura y las alianzas tejían el destino de las naciones, ha emergido un bufón grotesco, una criatura hinchada de oro, narcisismo y furia. No es un estratega ni un visionario, sino un accidente de la historia, un mercader de caos que ha convertido la política en un espectáculo de fuego y cenizas. Su nombre es Trump, y su reino es un imperio en ruinas que aplaude su propia destrucción.

Desde su trono dorado, con la arrogancia de quien confunde fortuna con sabiduría, ha creado grandes fisuras y desconfianza con Europa y Canadá, no por estrategia, sino por capricho. Ridiculizó a la OTAN, despreció a sus socios y los empuja, con su torpeza de gigante ebrio, a lo impensable los brazos de Rusia y China. Lo que generaciones de diplomáticos tejieron con paciencia, él lo redujo a escombros con un tuit mal escrito y una mueca esquizofrénica. Mientras tanto, en Pekín y Moscú, el sonido de copas brindando por la torpeza americana resuena como campanadas de funeral.

Su indiferencia no se detiene. La solidaridad, esa reliquia de tiempos más humanos, fue su siguiente víctima. Con un solo plumazo, cerró el flujo de ayuda humanitaria que, a través de USAID, mantenía con vida a millones de personas en África. Programas contra el SIDA, vacunaciones, apoyo a comunidades devastadas por el hambre y la guerra… todo borrado, porque en su mente diminuta, la compasión es un gasto inútil. Y así, las rutas de la desesperación se multiplican. Aquellos que alguna vez encontraban en la ayuda americana un respiro, ahora ven solo una opción: huir. Hordas de refugiados cruzarán mares y desiertos, no por elección, sino porque un bufón en una torre dorada decidió que su sufrimiento no sumaba activos.

Lo rodean sus rottweilers de lujo: magnates sin alma, especuladores voraces y generales que inspiraron a the rolling stones a un himno como paint it black, con su mirada extraviada, todos encantados con la idea de moldear un imperio donde los pobres sean sirvientes y los poderosos jueces absolutos del destino de la humanidad. Desde su torre, no siente compasión ni por los suyos; su amor es un espejismo, su lealtad una moneda de cambio, su legado un tóxico derrame de codicia y mentira.

Lo más trágico y grotesco, es que sus seguidores, aquellos a quienes ha despreciado en privado con su usual desdén clasista, lo aplauden con furia ciega. Latinos que jamás serían invitados a su mesa, afroamericanos a quienes ha tratado como ciudadanos de segunda, obreros que nunca verán los beneficios de sus falsas promesas… todos lo siguen, hipnotizados por el canto de sirena de un hombre que, alimentó las fakes news hasta el paroxismo y si pudiera, los vendería por el precio de una acción en la bolsa. Podría estar  pisoteando sus cabezas y aún así seguirían lamiendo y besando la zuela de sus costosos zapatos marca "nunca te rindas" (Never Surrender).

Hoy, mientras el mundo lo mira con horror, Trump no se detiene. Aislando a EE.UU., sembrando el odio en sus entrañas, jugando con la diplomacia como un niño con fósforos cerca de un polvorín.   Desarticulando la CIA, el FBI, persiguiendo a los investigadores de la toma del Capitolio o a otros que forjaron que obtuviera el desonhoroso título de ser el primer criminal sentenciado en el más importante cargo de la Casa Blanca. Si el futuro contempla un cataclismo nuclear o el colapso final de la democracia estadounidense, nadie podrá decir que fue inesperado.

El bufón del apocalipsis sigue bailando, mientras el mundo tiembla.

(De fondo, Carmina Burana de Karl Orff. El destino ríe a carcajadas.)

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