En tiempos de crisis, el liderazgo es la diferencia entre la supervivencia y el colapso. Nuestra historia nos recuerda que las grandes potencias no caen por un solo evento, sino por una erosión interna que las deja indefensas ante sus enemigos. Hoy, Estados Unidos enfrenta una amenaza sin precedentes, no desde afuera, sino desde dentro: un presidente que, lejos de actuar como un estadista, se comporta como un alguacil del viejo oeste, incapaz de comprender el mundo que lo rodea, guiado por caprichos y cálculos mezquinos que están poniendo en peligro no solo a su nación, sino todo Occidente, a nosotros.
Vengo señalando desde el anterior gobierno de Trump, sobre su admiración bizarra por los tiranos como Putin o Kim Jong-Un llega al paroxismo de lubricar relaciones que cautivan solo a los cobardes que no saben maniobrar ante el peligro, sino aliarse y plegarse a los reyes del matoneo de sus sufridos pueblos. Alardea como ellos y se ufana como ellos de poder hacer lo que le plazca sin atisbo de conciencia o pudor moral.
El reciente trato humillante a Volodímir Zelenski no fue solo un gesto de arrogancia, sino una revelación alarmante. Trump, con su conocida indiferencia que raya en la ignorancia hacia la geopolítica, parece necesitar que le expliquen no solo dónde queda Ucrania, sino también que le recuerden cuándo y cómo fue agredida por Rusia. Su desprecio por los hechos y su cercana empatía con Putin, dejan en evidencia lo que antes intentaba disimular: una clara seducción hacia el autoritarismo y una vulnerabilidad frente a Moscú. Recuerden cuando se desfiguró hasta el orgasmo en el 2022 al invadir Rusia nuevamente territorio de Ucrania, violando todos los acuerdos, luego de la invasión y anexión de Crimea, van por toda la bolsa del carruaje como los maleantes y no pararán, cómo tampoco lo hicieron los nazis, luego de la invasión de Polonia, Chevoslovaquía, y sabemos el resto de la hecatombe. En aquel entonces Trump celebró la invasión Rusa y hasta locuazmente, como todo en él, manifestó querer emularlo para invadir México y anexarlo. Recientemente armó en su mente difusa otra elucubración de cuidado, un nuevo mapa, cambiando el nombre de golfo de México a Golfo de América, quiere toda la diligencia con sus tesoros hasta la Patagonia, con su propio canal interoceánico para pasearse como un faraón, por Panamá. Allende Groenlandía, para aplacar el verano y hacia arriba anexarse Canadá para no hacer otro muro y como en el viejo oeste, cuando ajusticiaron y expoliaron, según estadísticas hasta el año 2021, las reconocidas 574 tribus indias americanas o nativas de Alaska por Estados Unidos, arrasadas.
Pero lo que debería ser motivo de escándalo y condena internacional se ha normalizado en Washington. Con un Tribunal Supremo Conservador de su confianza, nombrados muchos vitaliciamente por él hasta lograr mayoría; ni se diga fiscales dispuestos a decapitar a sus detractores y lavar la cara a los bárbaros que se tomaron el Capitolio y sumemos, un Congreso republicano, sumiso a su estrella multipolar, sin importar que en todo siga siendo un aprendiz, jugando monopolio con el globo terraqueo. Trump ha construido una estructura de poder que lo blinda de cualquier intento de rendición de cuentas. La posibilidad de un juicio político es casi nula, la Enmienda 25 es un sueño distante, pues el talante de su vice, quedó al descubierto en la reciente humillación al Presidente de Ucrania, quien venía caminando entre cadáveres, humo y explosiones de la sangrienta guerra creada por los invasores rusos y fue instado por Vance a que agradeciera a su Jefecito Trump, tratándolo como a un lacayo al que se pisotea sin escrúpulos, por los prestamos dados para la guerra, prestamos que nunca salieron de la USA, solo las armas, reclamando como garantía las tierras raras y sus minerales críticos, poniendo en el reflector el negocio de la guerra.
Todas las instituciones que podrían frenar la agenda Trump están siendo sistemáticamente debilitadas. Incluso la prensa y medios aunque lograrán filtrar escándalos a granel que nos anunciarán la peor catástrofe o traición por venir, sería sofocada rápidamente con fake news a través de equis, antigüo Twitter, o ahora su nuevo socio Facebook. Guardan sus mejores expectativas con la adquisición barata de tik tok.
Mientras tanto, la seguridad nacional de EE.UU. se desmorona. El desmantelamiento de la CIA, el FBI, el Pentágono y la Agencia de Seguridad Nacional para dirigirlos con sus lacayos subordinados no es solo una imprudencia, es una invitación abierta a la interferencia extranjera. Recordemos que Trump ha sido sentenciado por numerosos delitos, entre ellos, usurpar archivos que podrían amenazar la seguridad nacional.
La pausa en la investigación sobre el hackeo ruso en suelo estadounidense es un mensaje claro: la prioridad de esta administración no es la protección del país, de hecho no se avizora lucha sin cuartel contra los carteles de la droga internos, menos filtro o purga en la DEA, que no agarra un cartel o gánster gringo poderoso en décadas, sino la conveniencia política a un costo que linda con la capitulación, algo impensable, ¿un estrés de rico disipado? Si a esto sumamos el recorte de controladores aéreos y la poda de organismos clave como la NASA, la USAID, que pretendió hurgar el listado empresarial, precisamente de Elon Musk, el "Lex Luthor" remasterizado, a quien se le entregó la motosierra para hacer recortes burocráticos a granel, generando como resultado una vulnerabilidad extrema que pone en riesgo no solo a EE.UU., sino a todos sus aliados y a nosotros por supuesto, dejándonos a la deriva o en el peor de los escenarios, por cuenta de su narcisismo o para entretener su ladina existencia, acaso estéril, como nerón hace más de dos mil años.
Las preguntas que debemos hacernos son urgentes: ¿Hasta cuándo podrán resistir las estructuras de defensa e inteligencia antes de que sea demasiado tarde? ¿Cuánto tiempo tardará Occidente en darse cuenta de que su líder ya no es confiable? Francia, Canadá, Alemania y Reino Unido observan con creciente inquietud cómo EE.UU., antaño garante de la seguridad mundial, se convierte en un socio impredecible. Si el aislacionismo de Trump sigue avanzando, la OTAN podría quedar debilitada hasta el punto de la irrelevancia, dejando el camino libre para que Rusia y China redibujen el orden mundial a su antojo y seremos menos intrascendentes, de lo que somos ahora.
Ante este panorama, las opciones para frenar el desastre son limitadas, pero no inexistentes. El Congreso, si encuentra la voluntad política, aún podría bloquear decisiones extremas antes del avasallamiento que se avizora. Estados estratégicos como California y Nueva York podrían actuar como contrapeso. El Pentágono y la comunidad de inteligencia podrían operar en modo de resistencia silenciosa. Y la ciudadanía, si logra movilizarse masivamente, podría generar la presión necesaria para que incluso los republicanos más recalcitrantes reconsideren su postura, pues no deben dejar la destrucción de su gran nación al capricho de un otoñal personaje descrito por su sobrina la empresaria y psicóloga PHD Mary L.Trump en su libro “Siempre demasiado y nunca suficiente: Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo.”
Pero si todo esto falla, la pregunta inevitable es: ¿cuánto tiempo más puede aguantar EE.UU. antes de que su democracia sea irreconocible? 2028 podría ser demasiado tarde. Con una economía que se tambalea y un líder que juega al matón mientras entrega la nación en bandeja de plata, la caída de la gran potencia occidental podría llegar mucho antes de lo que imaginábamos. La historia nos enseña que ninguna democracia es inmune a su propio colapso. La única diferencia es quién logra verlo a tiempo y quién despierta cuando ya es demasiado tarde.