Opinión

Lara y Galán

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Hace 40 años, cuando la democracia estaba seriamente amenazada por las bandas criminales del narcotráfico y su máximo jefe, Pablo Escobar, llegaba a los propios bancos del Congreso, y a él se plegaban los codiciosos del poder como Alberto Santofimio, que quería ser presidente al precio que fuera, el país vivía momentos de extrema angustia, en donde cualquier persona que opinara contra los narcos era convertido de inmediato en objetivo de los criminales y la propia Policía se veía humillada cuando diariamente caían asesinados decenas de uniformados, por cuya muerte se pagaba desde las cajas menores de Pablo Escobar.

Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara fueron los dos hombres fundamentales que ofreció la democracia de entonces, para ejercer con valentía la resistencia a semejante amenaza, que pretendía llevar el ejercicio del poder a un Estado en manos del narcotráfico.

Ambos con una juventud resplandeciente, hoja de vida limpia, inteligencia deslumbrante, y una capacidad oratoria que era capaz de estremecer auditorios, enfrentar grandes debates en el Congreso y asomarse a los problemas con coraje.

De esta manera la posición de ambos fue clara: el país no podía caer en esas redes; la clase política no se podía doblegar ante el poder del dinero y ante la amenaza de los bandidos, y la denuncia debía producirse en todos los escenarios. La respuesta no se hizo esperar: Pablo Escobar y sus aliados decretaron la muerte de ambos. Al primero que había que eliminar era a Rodrigo Lara, que estaba al frente del ministerio de Justicia del gobierno de Belisario Betancur y que libraba una enorme lucha para que se autorizara la extradición de colombianos, la cual apuntaba, en primer lugar, a los jefes de los carteles.

Pero primero se inventaron una tramoya con un cheque de un millón de pesos girado a una ferretería en Neiva, en la cual había interés familiares de algún allegado de Lara. Hubo debates en el Congreso, escándalos de prensa y humillación para el ministro. Galán siempre lo defendió, pero creyó procedente que el consejo de ética conociera del caso. Si no lo hacía, le iban a caer encima los opositores, y Lara así lo entendió.

Como esa arremetida no daba los frutos esperados, el paso siguiente fue el asesinato del ministro. Ese día en la mañana hablé con él, como lo hacía con alguna periodicidad, por la amistad que nos unió. La llamada fue trasladada por varios funcionarios, hasta que apareció el ministro. Su saludo fue una expresión desesperada “que pena Eduardo por la espera, pero es que estos hijueputas me quieren matar”. Me estremeció su saludo, y sentí que su angustia la llevábamos todos los que estábamos cerca de ese momento. Esa misma tarde fue abatido Lara. El turno fue entonces para Galán. Ambos sucumbieron para que Colombia se salvara.

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