Opinión

El Ministerio del Orden

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La sala es un templo de acero y concreto. No hay ventanas, solo una pantalla que proyecta imágenes del orden absoluto. Filas interminables de prisioneros rapados, alineados en perfecta sincronización. Calles impecables, sin protestas ni ruido. La Ciudad-Cárcel respira con la monotonía de un organismo que ha abolido el error.

En el centro, una mesa de acero. A su alrededor, tres figuras y un prisionero.


EL MINISTRO DE ORDEN es un hombre de mediana edad, rostro cincelado por la disciplina, con un traje impecable y una voz que no admite dudas. Su presencia es la de un arquitecto de la represión, un burócrata de la asfixia con el aura de un sacerdote del castigo. Nunca levanta la voz porque nunca la necesita.

EL CONSEJERO es joven, un prodigio del sistema. Corbatín ajustado con precisión de cirujano, títulos y posgrados engrosando su expediente. Nunca cometió una ligereza en su vida. Nunca transgredió, nunca dudó. Para él, la ley es una ecuación exacta y el orden, una máquina que cualquiera puede manejar con la dosis adecuada de rigor. Su mayor virtud es su incapacidad para empatizar. Es la clase de hombre que encuentra placer en ver caer las cabezas correctas y en repartir recompensas entre los más sumisos.

EL GUARDIÁN es un muro de carne y obediencia, una mole sin pasado. Sus ojos son fríos, de depredador sin instinto propio. No cuestiona, solo ejecuta. Si la orden es la asfixia, asfixia. Si la orden es el silencio, silencia. Su cuerpo es un arma de precisión al servicio del Estado.

EL BUFÓN es lo opuesto a ellos. Rostro surcado de pintura cuarteada, restos de sangre en los labios, la risa como una herida abierta. Es un vagabundo del pensamiento, un demente lúcido, un último vestigio de caos en un mundo que se ha esterilizado de rebeldía. Sus cadenas repiquetean como campanas fúnebres.

MINISTRO DE ORDEN (con voz pausada, implacable):
El mundo necesita muros. Límites. Márgenes que separen el caos de la civilización.

BUFÓN (riendo, inclinando la cabeza con una mueca burlona):
Ah, claro. ¡Muros! ¡Porque el verdadero peligro es lo que hay afuera, no lo que está dentro!

CONSEJERO (ajustándose los lentes con calma quirúrgica):
El caos debe ser reprimido antes de que nazca. La seguridad no es un derecho, es una concesión. Y el que no se adapta… perece.

Hace un gesto sutil. El Guardián cruje los nudillos.

BUFÓN (mirando con ternura al Consejero):
Oh, qué hermoso eres. Tan joven, tan brillante… tan predecible. Déjame adivinar: fuiste el mejor de tu clase. Nunca hiciste una travesura. Nunca sudaste miedo en una calle oscura. Siempre obedeciste, y hoy te crees un dios porque tienes el látigo en la mano. ¡Ah, pero qué fácil es dar garrotazos cuando nadie puede devolvértelos!

CONSEJERO (sin inmutarse):
El orden es justo. Los que lo desafían eligen su destino.

BUFÓN (con lástima, casi con ternura):
¿Justo? ¡Ja! No, muchacho, tú no impartes justicia. Tú repartes premios entre los más sumisos y castigos entre los que osan pensar. Tú no administras leyes, administras el miedo. Y lo peor es que ni siquiera lo entiendes.

El Ministro observa la pantalla. Imágenes de calles impecables, sin disidentes, sin voz. Sin vida.

MINISTRO DE ORDEN (sin apartar la mirada de la pantalla):
El crimen ha sido erradicado. La inseguridad, abolida.

BUFÓN (jadeando con una risa espasmódica):
¡Pero qué genialidad! ¡No es que la cárcel haya crecido, el mundo encogió! ¡Ustedes no gobiernan una nación, administran un cementerio!

Sacude las cadenas y comienza a danzar grotescamente. Se tropieza, imitando un desfile militar. El Guardián avanza, pero el Ministro lo detiene con un gesto.

BUFÓN (con una voz teatral, grandilocuente, parodiando al Ministro):
¡El crimen ha sido erradicado! ¡La inseguridad ha sido suprimida! ¡Nadie piensa diferente, porque nadie piensa! ¡Bienvenidos a la civilización absoluta!

Y entonces se detiene en seco. Mira a los tres hombres con una expresión de profunda compasión.

BUFÓN (suavemente, con una tristeza infinita):
Pero si todo es una cárcel… y ustedes son sus arquitectos… ¿dónde están encerrados ustedes?

El silencio se estira. Algo ha fallado en la coreografía del poder. Pero es solo un instante.

MINISTRO DE ORDEN (con un matiz más seco en la voz):
Terminen con esto.

El Guardián se acerca. La sombra de su cuerpo devora al Bufón. Un crujido de metal contra hueso.

BUFÓN (con voz temblorosa):
¿Sabes qué es lo curioso de la tortura? No es el dolor… Ni la sangre… Es la espera.

Un golpe. Otro. El Bufón jadea, pero en su boca aún hay una mueca torcida.

BUFÓN (con un hilo de voz):
…pero lo más divertido…

Levanta la cabeza lentamente. Su ojo izquierdo se ha cerrado por la hinchazón, pero el derecho brilla con algo indomable.

BUFÓN:
…es que no puedes torturar a alguien que ya está muerto por dentro.

La pantalla parpadea. En la distorsión, las filas perfectas de prisioneros parecen cadáveres de pie.

El Ministro aparta la mirada. El Consejero respira hondo. El Guardián detiene el último golpe. La mano manchada de sangre tiembla levemente.

BUFÓN (susurrando):
Ahora… ustedes esperen su turno.

Un latido distante. Luego otro.

Un violín comienza a llorar. El trino del diablo de Tartini. Una melodía frenética, imposible. No suena con maestría: suena con furia.

La pantalla titila. Destellos de cuerpos marchando en sincronía. Guardias cuyos rostros se funden en uno solo.

El Bufón ya no ríe. Su cuerpo cuelga, inerte. Pero su sombra aún se mueve.

El Consejero siente un escalofrío. Algo en la música lo atormenta. ¿Es el violín? ¿O es la voz del Bufón resonando en su mente?

Los últimos acordes estallan en una tormenta de notas. Luego, silencio.

El Ministro de Orden exhala y dice en voz baja, como si hablara consigo mismo:

MINISTRO DE ORDEN:
…las sombras siempre encuentran la forma de colarse entre los muros.

Corte a negro.

Un latido más.

Y la pantalla… se apaga.

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