En la lógica Schopenhaueriana, la felicidad es solamente la ausencia del dolor. Eso lo deberían saber para sus maestrías y doctorados los políticos. También, que la vida es sólo la muerte aplazada. Sobre esto, los señalados politiqueros danzan entre aderezos, licor y aquelarres.
“Carpe diem, quam minimim credula postero”, que traduce: “Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana”, atribuida al poeta latino Horacio (65 - 8 a. de C.), parece ser no el himno de la vida, sino el himno de los politiqueros. La corrupción es su mandamiento supremo, con leves y vilipendiadas excepciones. Es el himno nacional de la República y de vieja data, pero pocos lo saben y a los que lo saben, poco les importa. A los que les importa, no denuncian, y el sustrato ínfimo que denuncia termina señalado por corrupción. ¡Quién lo creería! Con múltiples sentencias espurias, dignas de sastre, los sacan de circulación o son eliminados física o moralmente, según el golpe más demoledor para su espíritu.
Se gesta en la vieja y nueva clase política todo este cambalache. No hace falta hurgar en demasía para ver purulentas heridas abiertas al fisco por castas, familias, clanes, conciliábulos que, idiotizando a sus seguidores, por antonomasia despotrican de los críticos para seguir succionando vampirescamente el erario público por miserables canonjías.
Se indignan cuando un vástago nuevo les corre la butaca electoralmente en algún cargo que consideran legado propio y de sus deudos para toda su pobre subsistencia. ¡Cómo se atreven a quitarles la ubre!
El aparataje está preparado minuciosamente para cautivar, pero también para ser el mayor depredador de las posturas contrarias. Antes, como ahora, se apoyan en un domo de mentiras, al mejor estilo de Goebbels.
Resulta que hoy, a opositores y críticos también los ha permeado el mismo modus operandi. Se sienten ungidos para despotricar y señalar prácticas non sanctas, pero, renglón seguido, se van haciendo peritos en esas artes sediciosas. La metástasis ha ido carcomiendo todas las corrientes ideológicas, sin dejar resquicio a lo impoluto. Medidas que parecen desprovistas de malicia y cálculo político son pequeñas inversiones para perpetuarse en el poder, al igual que sus detractores.
En una publicación reveladora y de interesante calado del medio español Confilegal, sucintamente recapitulan once principios de la propaganda nazi. Nada obsoletos, al contrario, más vigentes que nunca:
- Principio de simplificación y del enemigo único: Consiste en adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo.
- Principio del método de contagio: Unir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
- Principio de la transposición: Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
- Principio de la exageración y desfiguración: Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
- Principio de la vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
- Principio de orquestación: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.
- Principio de renovación: Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
- Principio de la verosimilitud: Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.
- Principio de la silenciación: Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
- Principio de la transfusión: Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
- Principio de la unanimidad: Llegar a convencer a mucha gente de que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.
En el platanal, nada es pequeño, todo se hace hiperbólico y los delitos contra la administración pública sonrojarían en cualquier latitud, incluso a países exageradamente ricos, por sus sumas gigantescas. Nadie ve el saqueo constante, los encumbrados árbitros, entes de control y vigilantes son cargaladrillos de este andamiaje. Apuran el saqueo, hirientes a la vista, flagrantemente sin escrutinio ni escándalo. Tenemos callo. Ya nos aplicaron anestesia. Denuncian más los periodistas independientes que los fiscales y auxiliares de los órganos judiciales, que, cuán más arriba, más degradación con escasas excepciones, porque nada es gratis, hay alfiles por doquier.
Cuando Franz Kafka dijo alguna vez que "Toda revolución se evapora y deja atrás una estela de burocracia", no venía del futuro, sabía que en este mundo pendular y cíclico, todo parece reiterarse y repetirse. "En tu lucha contra el resto del mundo, te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo", remarcaba el escritor de Praga, con prudente razón.
¿Estamos preparados para ser todo espontaneidad y honestidad?
"El poseer no existe, existe solamente el ser: ese ser que aspira hasta el último aliento, hasta la asfixia", remarcaba el eterno joven chico de Praga. Quien no flagelaba la pereza: "El ocio es el padre de todos los vicios, y es el coronamiento de todas las virtudes". Necesitamos pausas para pensar y reventar el lazo que nos ata a la yunta.
Pero en ese devenir de la sociedad política nuestra, ruinosa y pagana, la realidad lleva a cuestas la terquedad aburrida y excepcional de algún chispazo corto de sabiduría, que enseñorea nuestra perniciosa casta política.
Si no estás en la telaraña que, por un sinfín de vasos comunicantes -múltiples cordones umbilicales- te controla, será latente que te aplastarán si osas exhibirles con toda su putrefacta y visceral existencia. Seres inanes que yacen en vez de vivir, que tienen recuerdos y actuar de batracios y camaleones que fingen ser una cosa hoy y mañana otra, ignorando que, como alguna vez, tal vez Walt Whitman dijo: ninguna osadía fue fatal. O que uno se lleva lo que hace y deja lo que tiene. En fin, lo suyo es la molicie, la codicia disoluta, argucias y el eterno encanto de su libro de bolsillo: el manual del engaño, tan necesario en las telenovelas y en las historietas de Marvel.
No todo es perverso, ni sin luz al final. Como rememora Albert Camus en esa frase salvavidas: "En lo más crudo del invierno, aprendí por fin que dentro de mí hay un invencible verano".
Alaridos van y vienen en este bestiario tropical, como diría Alfredo Iriarte. En este purgatorio estamos encerrados en pompas de jabón.