Callo, pero no estoy roto. Cada paso que doy sobre estas calles gastadas, cada pausa entre las sombras, es una declaración. No es derrota, no es vacío; es un espacio para escuchar algo más profundo. El mundo habla en su propio lenguaje, y yo he aprendido a oírlo. Porque callar no es rendirse, es entender. Y en ese entendimiento, he encontrado una forma de paz.
El silencio me protege. Es mi refugio, mi escudo contra un ruido que devora. He caminado por ciudades que respiran angustia, que gritan con sus luces y sus metales. He visto rostros cargados de miedo, deseos que se desmoronan en las manos de quienes los persiguen. Pero no los juzgo. ¿Cómo podría? Cada uno lleva su carga como puede. Yo elegí la mía: cargar conmigo mismo, con lo que soy, sin adornos, sin excusas.
Alguna vez quise respuestas, como todos. Quise entender por qué el mundo parecía tan indiferente, por qué los días se suceden con un ritmo que no pide permiso. Pero esa búsqueda me llevó a un callejón sin salida, a un espejo que sólo devolvía mi propia mirada. Fue entonces cuando comprendí: no hay que buscar afuera. El sentido no está en las estrellas, sino en lo que ellas iluminan dentro de nosotros.
Me gusta pensar que tengo algo de Beckett en mi andar. Camino porque aún puedo, porque avanzar, aunque sea lentamente, es un acto de dignidad. Mis pies conocen el peso de la tierra y mis ojos, la poesía de las ruinas. Aquí, en esta ciudad que parece siempre al borde del colapso, hay belleza. Una belleza que no es fácil ni cómoda, pero que existe, como el invencible verano que Camus describía en medio del más crudo invierno.
He aprendido a mirar hacia adentro. No para huir del mundo, sino para reconciliarme con él. En mi silencio hay un grito, sí, pero ya no es un grito de desesperación. Es un canto bajo, un murmullo que dice: "Estoy aquí. Estoy vivo. Y eso basta". Porque, al final, no es la grandeza lo que importa, sino la capacidad de sostenerse, de mantenerse firme incluso cuando todo alrededor parece desmoronarse.
La noche cae, y con ella las estrellas. No son promesas, no son señales. Son sólo puntos de luz que me recuerdan que incluso en la oscuridad hay algo que brilla. Quizá no hay un destino esperando, quizá no hay redención en este camino, pero hay algo más valioso: la posibilidad de seguir caminando.
No busco un reino, ni una corona, ni siquiera un final grandioso. Sólo quiero este momento, este paso, esta respiración. Porque en la aparente simplicidad de existir, he encontrado algo que las palabras no pueden abarcar. Un silencio que grita, sí, pero que ahora también acaricia. Y en ese silencio, en esa pausa cargada de vida, he descubierto mi propio verano invencible.