Antes de que el mesiánico Hugo Chávez llegara para quedarse en el poder, al creerse ungido con poderes sobrenaturales, Venezuela era un país con corrupción, como casi todos estos platanales, y en los cargos más remunerados y en las empresas más poderosas, grupos afectos al poder dirigían y sucumbían a sus chorros de dólares, convirtiéndolas en cajas mayores de desagüe. Y aunque había la pobreza usual que pulula en países ricos, reinaba la abundancia alimentaria, había una excesiva oferta laboral coexistiendo con muchos subsidios y una buena calidad de vida.
Con el sueño de un país mejor, un reparto más igualitario, un futuro mucho más pujante y sembrando la llama del odio, el gastado discurso de lucha de clases y resentimiento con palabrejas incendiarias Hugo Chávez hipnotizaba y lograba captar audiencia. Amparado en la buena y generosa democracia venezolana, que se fue a una balacera con un cuchillo, lograba Chavez seducir a un gran sector de la población indecisa en elecciones hasta hacer detonar no solo el establecimiento con el pretexto de acentuar y oxigenar la democracia, sino implosionando la democracia misma.
Como un niño, Venezuela fue arrojada de su hospitalario y acogedor refugio al sucio y lluvioso pavimento por sus embusteros consejeros y, antes de que dejara de llover mientras crecía la borrasca, no quedó ni refugio, ni hogar, ni vituallas, ni libertad, solo autoritarismo, absorbiendo todos los ámbitos de poder: legislativo, ejecutivo, judicial, militar, etc.
Abrazándose a países igual de tiránicos y sin democracia real, se fue coqueteando de la mano con doña tirana Cuba, la represiva China, la oprimida Rusia o, ¡válgame Dios! Doña Irán, la fundamentalista. ¡Que el diablo escoja!
Ni santeros, ni brujos, ni changó cubano pudieron detener el cáncer que devoraba el cuerpo de Hugo Chávez, porque su alma yacía aprisionada a sus caminos que lo llevaban cegatón por la senda hasta la montaña de Sorte, en el estado Yaracuy, donde los espíritus andan siempre expuestos de cuerpo presente, actuando a través de canales o médiums reunidos para reverenciar esta trilogía de dioses vernáculos llamados las tres potencias: María Lionza, reina, madre o inspiración de un culto espiritista popular en Venezuela; el indio Guaicaipuro, cacique indígena que batalló contra los conquistadores españoles; y el Negro Primero, soldado de la independencia que luchó junto a Simón Bolívar. Otros aluden al Negro Felipe.
Entre política, superchería mística y billetes con efigies santeras, la economía fue yéndose a pique.
Con la creencia de que el verde oliva militar traería paz y una armónica alianza entre pueblo y militares, obnubilados y coyunturalmente animados por los altos precios internacionales de los combustibles a cambio de costales de dólares, vivieron un sueño fugaz que pronto se esfumó y al que llamaron socialismo, algo que nunca conocieron. Repartiendo migajas y ganando más adeptos, entregaron su alma y riquezas a depredadores cubanos, luego chinos y hasta rusos e iraníes, pues se sentían harina de otro costal; lo similar se une en su fango.
Poco a poco fueron cooptando todos los estamentos del poder y, con sutil represión, iban armando su mapa electoral. Donde obtenían grueso apoyo electoral, llegaba la asistencia, ayuda oportuna y no había apuro en época electoral.
Pero en territorios hostiles, con abundante represión, anulaban e invalidaban votantes, reprimían comportamientos, encarcelaban con constantes señalamientos de agentes encubiertos, generando confusión y temor, pero siempre adornándose con propaganda hiperbólica. Con trabajo de campo y tortura psicológica dosificada, tras bambalinas médicos cubanos hacían asistencia y lavado cerebral de conciencia revolucionaria. Mientras tanto, militares cubanos se iban posicionando en el círculo más cercano del poder, hasta lograr incluso desplazar la gloriosa Guardia Presidencial. El Gulag los engulló.
Mientras todo rodaba al abismo, un vástago de mediana inteligencia, titular de la Asamblea Nacional de Venezuela, hacía sus primeros pinitos y daba pasitos –por esa senda igualmente estuvo Rosario Murillo– como discípulo de un falso gurú, etiquetado por el exorcista oficial del Vaticano, el consagrado padre Gabriele Amorth, que con más de sesenta mil exorcismos, algo tenía que saber. Lo rotuló como hijo predilecto de Satanás a Sathya Sai Baba, denunciado por hechicería, brujería, estafas, abusos sexuales a menores y hasta homicidios. Vaya el prontuario y los hermosos pergaminos del maestro del vástago y ungido por Chávez: Nicolás Maduro.
Venezuela ha soportado a este cíclope que no avizora el desastre causado, que no ha sentido ni escuchado ese “levántate contra el tirano” que retumba en cada rincón de su guarida, desconoce que sus sometidos ya no les infunde miedo y están crispados, dispuestos a todo. Aterrorizado, toca su bigote que se cae y desgaja misteriosamente, mientras está urdiendo fraudes y vociferando un cobarde baño de sangre si sale derrotado, como saldrá, porque las armas oficiales no se volverán contra su pueblo al que dieron ya una vez la espalda, pues están divididos. Saben que esta copia barata de tirano se ha vuelto estorbosa incluso para los más recalcitrantes chavistas y hasta para la izquierda liberal, y ni siquiera otra mejora salarial hará retrasar lo inevitable.
Es ahora o nunca.
Levántate Venezuela y marca el rumbo de nuevo en estos platanales. Así como un día se levantó contra Marcos Pérez Jiménez, hoy la tiranía será derrotada y aplastada.