Como cusumbosolo y sin cumplir su mayoría de edad, dejándolo todo, llegó a esa ciudad salvaje comparada con su tranquilo y alejado pueblo. Con apenas estudios básicos y primarios, y con varias mudas de ropa, vagó y no desfalleció buscando trabajo. Llegaron muchas noches desoladas y agrietadas por insensatos violentos, épocas de confrontación previas a la frágil paz liberal-conservadora del Frente Nacional.
Hambre, frío, lluvia, y repita la dosis. Su sonrisa se fue descolorando y se la comió el silencio. Le quedó de hábito la misa dominical y su escasez de juicios.
Aleccionado, se hizo a un empleo público de bajo rango y se matriculó en la escuela del matrimonio sin haber trasegado mucho; sus demás hermanos pernoctaron en su sencilla casita por años y luego se desgranaron como mazorca, forjando la misma inducción.
Se jubiló rapidito a los 50 y siguió haciendo lo suyo: callar y mirar sin enjuiciar.
Alguna que otra rabieta al calor de unos tragos de licor que al día siguiente era la diversión de su familia. Él miraba y callaba con un dejo de picardía, sin murmullo alguno.
Envejeció dignamente, falleció instantes después de haberse despedido de todos sus hijos y nietos. No dejó nada aplazado.
Sus historias, no contadas por él, se construyeron por retazos, por anécdotas del entorno y alguna palabreja que su mujer alguna vez dijo en tiempos prehistóricos.
Construyó su propio Frente Nacional y estaba muy resuelto a respetarlo, con ideas muy claras sobre el libre albedrío que solo aprendió practicando en silencio.