Hace 62 años, un 9 de agosto, se dio la partida de Hermann Hesse, escritor alemán nacionalizado suizo y Premio Nobel de Literatura en 1946. Este honor suele exhibirse para despertar el interés, no como parte de sus búsquedas literarias, sino por esnobismo.
Hesse lo encontré en la biblioteca del Colegio Enrique Vélez Escobar de Itagüí. Días y noches allí me esperaba porque las obras permanecen mudas esperándonos. Si el tiempo de Dios es perfecto, igual lo es la llegada de algunos amigos que siguen renaciendo en sus escritos y creaciones artísticas. La verdad es que ni siquiera lo miraba, ni reparaba en él de soslayo. Tampoco miraba las clases ni repasaba las materias, los cuadernos, los compromisos; recién comenzaba a salir de mi período vacacional de más de 11 años de vacancia educativa en escuelas y colegios. Toda una hazaña eludir el estudio... asistiendo a las aulas -o jaulas-, pues siempre estuve más distraído en la vida silvestre durante mi período escolar en la Escuela Rafael Gómez Cadavid de Jericó. Pero en el Colegio, ya en la ciudad, me llené de humanismo y me alejé de lo silvestre para centrarme en los ojitos de Sol Beatriz, la sensualidad acosadora de la flaca Adriana, las nalgas de Gloria, las profes Magnolia y la "Costeña" y esa ave de corto vuelo generosa que me tendió "Demian" con su mano trigueña, María Magdalena, que ella aclaraba, "como la pecadora". De mirada dulce y ese eterno vicio de acercar sus labios rellenos mientras te miraba. Como no desearla si traía el kit completo: belleza muy normalita, como para conectar el polo a tierra, adobada con lecturas a bordo, gustos culturales afines y esas nalgas que descubrió como gran nadadora en la piscina del pueblito de Santa Bárbara. Mi gratitud siempre estuvo afianzada en el libro que me recomendaba: Demian. No sé si miento, pero creo ser honesto.
Ya había leído infatigable a Dostoievski sin saber que era un gran escritor de novela psicológica y menos que era la psicología. Pero como lo similar se junta, llegó Hermann Hesse con su Demian a fracturar en dos mi existencia y a explosionar en mi mente el miedo, haciéndolo añicos.
Y si en el período en que Hesse escribió Demian -algunos dicen que en tres semanas, entre septiembre y octubre de 1917- no todos son genios. Era tratado desde mayo de 1916 hasta 1917 por el psicoanalista Joseph Bernhard Lang, un estudiante y discípulo de Carl Gustav Jung, con casi treinta sesiones a bordo entre 1916 y 1917, con sus previos antecedentes depresivos. Rememoremos: insinuaba tendencias suicidas, en una carta de marzo de 1892 expresaba: "quisiera partir como el sol en el ocaso", llevando a cabo una tentativa de suicidio -Manuel Mejía Vallejo siempre decía que las tentativas de suicidio no existían y narraba la preparación minuciosa del mismo por H. Hemingway-. A Hesse lo ingresaron en el manicomio de "Stetten im Remstal" y más tarde en una institución para niños en Basilea. En 1892, entró en el "Gymnasium de Bad Cannstatt", cerca de Stuttgart, y en 1893, a pesar de obtener el diploma de ingreso de primer año, dejó los estudios. Las almas libres suelen volar muy lejos de las jaulas.
Pero volvamos al período 1916-1917; estas sesiones iniciarían en Hesse un gran interés por la psicología analítica, conociendo personalmente a Jung, quien lo afianzó con el mundo de los símbolos, poblado en Hesse desde la infancia. Podemos advertir la presencia en la obra de Abraxas, esa divinidad simbólica del gnosticismo, que refleja la dualidad de los opuestos: bien y mal, luz y oscuridad, lo masculino y femenino, integrados en un solo ser.
Jung, con su distinción entre inconsciente individual e inconsciente colectivo, donde en el inconsciente personal, los contenidos son los llamados complejos de carga afectiva; esa parte de la intimidad de la vida anímica, mientras el inconsciente colectivo consta de los instintos y de los llamados tipos arcaicos o primitivos. Los instintos son esas formas típicas de acción que nos empujan a la realización de actividades humanas, sin intermediación del consciente.
Emil Sinclair, era Hesse, era yo, éramos muchos de nosotros atónitos y ensimismados en un mundo galopante y beligerante frente al cual no pasábamos de sentirnos poco menos que insectos frágiles y anodinos.
Sinclair era el vividor estudiantil, frente a un Demian o una María Magdalena, que descubrió nuestro drama, escena o teatro en el cual merodeábamos, un libertino más que podía desembocar en un asceta. Que tendía a perderse para ansiar de nuevo la pureza.
Demian fue el filósofo natural, un Gustav Gräser con esa mezcla de Nietzsche y su concepto de un hombre nuevo.
Hesse escribe sencillo y claro, que es lo más difícil de lograr; yuxtapone oraciones, lo que hace que la narración parezca casual. Es un atentado interrumpirla hasta con un cigarro o un tinto ¡Cómo agarra!
Hesse decía: “La vida de cada persona es un camino a sí misma, el intento de un camino, la insinuación de un camino”.
Volver a mí mismo fue el mejor y más placentero descubrimiento. Sentirme conforme conmigo mismo fue el recobrado valor; la autorealización es un continuo viaje de transeúntes, la cuota inicial al infinito. Ese eterno verano que relacionaba A. Camus.
"Solo tienes miedo si no estás en armonía contigo mismo. La gente tiene miedo porque nunca se ha confesado a sí misma". Insistía Hesse.
Gracias, Hesse, por seguir habitando entre nosotros de manera furtiva y discreta, ahuyentando el temor, el vacío y el nihilismo.
Como evocó alguna vez Dostoievski: "El entrañable poder de la luz, de la misma luz que me había engendrado, tocó mi corazón y lo revivió, y sentí la vida, la vieja vida, por primera vez después de mi muerte".
Si Freud criticó cierta credulidad de Jung, pues no le importaba la religión, Jung era susceptible a experiencias religiosas -condición esencial para la salud mental y espiritual-, mitos y la alquimia. Jung aludía incluso a los cuentos de hadas y los sueños.
Rico es el que sueña y es inmensamente pobre el que no sueña, agregado no de Jung.
Hesse no fue devoción para críticos como Gottfried Benn, quien tildó su obra como sentimental y cursi, porque la vida misma con subidas y bajadas fue la que plasmó Hesse. A diferencia de Gottfried Benn, que en su ciclo de poemas Morgue, aludiendo a su formación médica, describe cuerpos humanos mutilados, cadáveres, enterradores y detalladas descripciones de sitios médicos sin el menor asomo de romanticismo, en escenas de violencia lingüística y atmosférica no vista en la lengua alemana desde el barroco. Más contemporáneamente, se asemeja a Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, por el que atravesamos lectura eludiendo entre un pantanal putrefacto, cadáveres abiertos o exhumados, sin alma, sentimientos ni venas o emociones, poblando la oscuridad. Pero salimos airosos a darnos la bienvenida, porque la incomodidad es la vida y la tranquilidad y el confort son la muerte, como pregonaban antiguos cabalistas y gnósticos. Uno se lleva lo que hace y deja lo que tiene.