Opinión

El valor perdurable del arte: la historia detrás de un cuadro de Toulouse-Lautrec

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Henri de Toulouse-Lautrec, conocido como Toulouse-Lautrec, francés, cartelista de afiches pero sobre todo pintor, a quien se le clasificó como postimpresionista -corriente clasificada así un tanto caprichosamente, como reconocería alguna vez el británico Roger Fry por ser posterior al impresionismo y derivado de algunos matices en que usaban el impasto, además de distorsionar formas geométricas alterando los colores naturales, pero muy vivos-. Me fue presentado en en el año 1995.

Toulouse-Lautrec, nació un 24 de septiembre de 1864 y falleció en una de las tantas estancias de su madre cerca de Burdeos en 1901 en Château Malromé.

Viajó en el tiempo, como viajan todos los artistas que han creado algo decoroso, se eternizan, permanecen con nosotros sin límite, aunqué el límite siempre será el olvido.

De origen noble, y esto dice poco de él, como tampoco le agrega nada a su gloria en la posteridad de artista por elegir un lugar para nacer tan poco modesto: un castillo. Lugar en el que dijo, "¡ya llegué dispuesto a vivir!

Los padres de Toulouse-Lautrec, a la usanza antigua, no eligieron ser pareja, todo fue una componenda fruto del acuerdo entre sus parientes mayores acaudalados, las capitulaciones matrimoniales hoy son un juego de niños frente a eso, siendo primos en primer grado, manera aristocrática de mantener territorios, fortuna y sangre unidos.

También heredó una enfermedad picnodisostosis fruto de esa unión de conveniencia que afecta el sistema oseo, sufriendo en cierta ocasión sendas frácturas en ambos fémures, ubicándole entre uno más de esos locos geniales y simpáticos bajitos: 1.52 era su estatura, siendo objeto de burlas y humillaciones entre su extracto noble, asfixiándole ese entorno.

En su feliz infancia, no sin contratiempos de salud, pintaba bocetos y hasta recibió clases de pintura de reconocidos pintores como René Pierre Charles Princeteau, quien vio en él un talento especial en ese arte de largo aliento y sudor frente al caballete, auspiciado además por John Lewis Brown y Jean-Louis Forain, muy allegados a su opulenta familia. Con el dinero, aunque tiene mala fama, se pueden hacer grandes y maravillosas obras, éste y las buenas relaciones ayudarán siempre.

Se mudó a París resuelto a ser de oficio: pintor. Allí fue discípulo de Léon Bonnat, retratista muy popular, quien por esas cosas del péndulo que sube y baja, debió cerrar su taller, debiendo migrar Toulouse-Lautrec hacia el taller de pintura de Fernand Cormon, haciéndose amigo allí de Vincent Van Gogh.

En 1884 se fue a vivir al Barrio Montmartre, conociendo a su vecino Edgar Degas, considerado uno de los fundadores del impresionismo, pero su fascinación se inclinó, como una simbiosis, también por la diversión nocturna, el festejo, la algarabía y la prostitución de lo cual se volvió cliente habitual.

Estos temas fueron sus obras recurrentes, por que los artistas más convincentes siempre expresan lo que padecen y llevan en sus entrañas, cuadros y pinceladas guardadas en su imaginario, espacios de un horrido carnaval, trajín habitual del bajo mundo, que a veces tiene de todo menos bajeza pues por allí desfilan aristócratas, burgomaestres, novicios y lo más granado de la sociedad, furtivamente.

Los dueños de los cabarets le endosaban la misión de realizar afiches para promocionar sus espectáculos que causaban admiración y concurrencia.

Su estatura y otras falencias de salud causaba rechazo en los salones aristócratas, en los que según él desencajaba, sintiéndose más a gusto en el Montmartre pasando desapercibido y viviendo como en la chanson bohème de paris de Charles Aznavour.

Allí conoció a bailarines reconocidos como Valentín el Descoyuntado, payasos y demás personajes de las fiestas y espectáculos tras bambalinas y su bailarina predilecta Jane Avril, quien era hija de un Marqués italiano y una prepago, dirían en nuestro tiempo, quien había estado recluida en un sanatorio mental, siendo dada de alta luego de exhibir dotes inigualables y talento en la danza, quien haciendo también alarde de belleza hizo carrera en el Barrio Latino en París. Decadas después pernoctarían allí dos conciliábulos sin un peso en los bolsillos y ganas de triunfar y vivir llegando ambos a premio Nobel, Gabo y Vargas Llosa, quienes no solo escribiendo la pasaban allí. Cerca a pocos minutos, para los que consideramos que caminar es un placer, La Calle Villa Seurat, en el 14 arrondisement de París. Barrio de artistas, desfogaron sus intensas pasiones años atrás, Salvador Dalí, André Derain, Chaïm Soutine y entre muchos escritores Antonin Artaud y Henry Miller, quien escribió esa monumental novela erótica censurada en su país, Trópico de Cáncer, en el número 18.

Toulouse-Lautrec le dedicó varias pinturas y afiches a Avril, haciéndole una vedete consagrada y muy popular, algo así como una Marilyn Monroe, igual anduvo con sus predilectos: los pintores, Toulouse-Lautrec, uno entre ellos, pero esa es otra historia.

En 1890 Toulouse-Lautrec viajó a Londres, retratando a Oscar Wilde; diseñándole el folleto repartido en el estreno parisino de su drama Salomé.

Tuvo problemas con el alcohol y sufrió un padecimiento más contrayendo sífilis, generándole mucha angustia y depresión, con episodios leves de locura. El alcoholismo fue su compañía y desahogo pero le pasó cuenta de cobro y minó su salud ya que desde 1897 se empoderaron de él manías, neurosis, además de ataques de parálisis que afectaron sus piernas.

Padeció varias ocasiones delirium tremens llego a accionar su arma de fuego contra alimañas imaginarias, siendo recluido en un sanatorio mental, donde realizó una colección de pinturas sobre circos, su condición le hacía solidario de aquellas figuras deformes o llamativas o peyorativamente deleznables en la sociedad de su momento, tanto moral y fisícamente.

Les dije que en 1995 le conocí, allí nace y germina este hilo. En la 84 con la 51 de Barranquilla, donde me alojé en una pensión de una familia muy acaudalada, venida a menos, recordemos que en la época de la maracachafa que no solo medía más de un metro de altura, sino que traía voluminosos talegos de dólares, no faltaba nada.

La economía era boyante, y el dueño de la pensión el señor Ray, que tuvo uno de los talleres mecanicos más emblemáticos de curramba, adquiriendo una gran concurrencia y fortuna, pues no distinguía su clientela sino sus vehículos, abundando traquetos, caciques guajiros, acaudalados ricos y los famosos turcos, que llevaban sus autos de alta gama, incluido algún Rolls Royce, logrando en meteórica gesta lujos y opulencia para él y su familia que muchos envidiarían. Viajaron por el mundo y su extensa cultura les ayudaba aún más a seleccionar sus amistades y realizar negocios. Todos sin excepción hablaban varios idiomas, eran disciplinados lectores constumbre de vieja data, adquirían oleos, grabados antiguos, joyas misteriosas y vivían entre el lujo y la ostentación.

Pero el péndulo también bajó y llegó la decadencia y holgura económica. En la sala principal quedaba muy poco del pasado aciago. Allí pasaba horas y horas sentada la seño repasando con nostalgía rimbombantes fiestas, viajes a París y a su vecina Miami, enfrente suyo un cuadro me atrajo  desmedidamente la atención, me le acerqué hasta casi tocarlo...la seño tosió fuerte. -¿Si?

La firma era de un aparente Toulouse Lautrec.

-¡Qué buena copia de pintura¡- dije.

-¿Copia? Es original señor Valencia- indignada me fustigó y me quitó el Doctor.

Hice mis propias pesquizas. Y subestimé la pintura al comienzo. Llegué al tibio convencimiento de que sí era un Toulouse Lautrec, mera intuición, pero cierto día llevé alguien que posaba de experto en arte y en ausencia de la seño me confirmó en su precaria babosería la autenticidad de la obra, a lo que yo siempre aduje maliciosamente que solo era una buena copia. No quería su atención allí.

Era un paisaje externo, contrariaba su producción, fruto de alguna obra influenciada acaso por sus maestros impresionistas, algo que pudo desdeñar el pintor quien gustaba más de los entornos privados cerrados con toda su carga visual y a la cual consideraría de valor subestimable.

Hice mi tímida oferta, elevadísima para mí a la seño, sondeando el terreno para confirmar si era de valor deliberadamente, aprovechando una tarde de relajo después del bridge de ella con sus amigas de toda la vida, también venidas a menos bonanza y nobleza, la oferta de inmediato la desestimó.

Esperé intencionalmente durante un año, y la doblé, sabía las afugias que atravesaban -fui taimado-, ellos llegaron al punto triste de perder su privacidad transformando toda la segunda planta de su mansión enorme en una especie de pensión para arriendo y así lograr mantenerse allí contra toda adversidad, subsistir en la zona donde vivieron toda la vida, no se rendían, ni su dignidad tampoco... rememoré que algo similar así aconteció y lo describió Franz Kafka en La Metamorfosis, sucumbiendo por necesidad, batallando.

No fue nada ambigua su respuesta:

-Lo único que no se vende en esta casa es esa pintura-, no quiso hablar más del tema y dio un giro y se retiró a su alcoba.

Desvaneció mi deseo. Incluso había hecho un estudio de crédito bancario con tal fin, iba muy dispuesto.

Me dolía de dicha obra que estuviera al garete. La mucama que no entendía su valor, pasaba una escoba rustica y con puntas de fique afiladas por el marco del oleo quitándole el polvo, yo me tapaba los ojos con los dedos, mientras la seño le demandaba tener mucho cuidado. Esta hacia una mueca sin entender. La puerta principal de la casa duraba largos períodos abierta, imaginaba un ladrón llevándose esa joya, en fin, perdí la paciencia y esperanza de adquirirla y por razones laborales debí salir de Barranquilla.

Veinte años después regresé con renovado impetú a Barranquilla con una oferta mayor, esta vez no desistiría. Desde el aeropuerto Ernesto Cortissoz -nombre de fácil recuerdo para mí, pues por avatares de mi oficio conocí la exresidencia de este emblemático personaje, algo así como una réplica de La Casa Blanca, que pasó de mano en mano hasta desembocar en un gran cacique guajiro-, me dirigí al lugar donde habitaba esa mano extensa de Toulouse-Lautrec, pero había migrado, una iluminada fachada y estación de combustible con edificaciones modernas aledañas miraban mi perplejidad. Ni rastro de la mansión, ni la seño, ni el señor Ray ni de Toulouse-Lautrec.

Aledaño, residió Shakira y tuvo el taller Silvia Tcherassi, pero esa es otra historia. El arte habitó por allí. Lo similar siempre se junta.

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