Opinión

El desafío de los jueces en el platanal de la corrupción: entre la presión y la justicia

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En mi platanal, los corruptos a diario dan cátedra sobre ética y valores; son guías espirituales purificados en alcanfor, envían bendiciones como si fueran obispos, se fotografían con gente de bien, emiten sonidos guturales en hediondas revistas y su perifoneo es abrumador.

Sobrepasaron fácilmente el umbral del cinismo y suelen atacar rutinariamente a sus detractores, endilgándoles hábilmente lo que ellos practican sin pudor, no hay vigilancia ni control. En el platanal también hay una sección especial, la bananera, donde el eslogan es: "nunca vimos nada".

La expoliación del erario público ha sido su modus operandi , pero con un actor contemporáneo: la poderosa paranarcopolítica. Un dragón de siete cabezas como también lo es quien viene dando sus pasitos: la aterradora guerrillonarcopolítica.

Ni los más avezados herederos de la escuela de Lord Keynes, tampoco los Chicago Boys o los controladores del feng shui o la new age, pueden invadir y direccionar todo el ámbito socioeconómico como ellos, porque el religioso lo han ido copando.

Como un quiste ponzoñoso, los corruptos se entronizaron en los distintos puestos de poder y control, pero había cabos sueltos: los jueces.

No hubo manera durante muchos años de acceder al control de estos energúmenos. Se ideó un esquema sencillo: que les rindieran cuentas a ellos por interpuesta persona.

Tuvieron que ceder, eso sí, para imponer ese mandato y así lo hicieron. Solo quedó vivo un último bastión en el decálogo de esos héroes: la pisoteada, vejada, ultrajada, vilipendiada AUTONOMÍA JUDICIAL.

¡No siempre se logra todo! Pero hoy guardan la ilusión de eliminar ese pasaje oscuro de su existencia. Eso sí, hicieron algo majestuoso, todo forajido que interpretara bien la ley habría que aplicarle cedazos, filtros, controles y más controles, haciendo nugatoria la ampulosa autonomía o peor aún, mutando en una nebulosa autonomía judicial hasta llevarla a la cosa juzgada que habite en una arena movediza.

Hábilmente fueron colocando como fichas de un ajedrez, alfiles los llaman, bien politizados, ideologizados, agrietadas sus almas por la rimbombante búsqueda de desaforadas fortunas, astutos arribistas que solo viven de miserias internas, pues el premio mayor lo engullen los grandes "cacaos", estos se llevan el grueso de las contrataciones y muchos aplausos, el claqueo, la popularidad y algunos aún más comprometidos venden hasta el alma al diablo y se inscriben en logias, sectas, sociedades secretas, compadrazgos genéticos, viviendo sabroso como una morsa.

Por la platanera se ven desfilando en carnaval sequitos de estos truhanes exhibiendo sus trofeos mal habidos, en baños de opinión para en ciernes postularse a capataces.

Se fortalecen día a día, se camuflan entre demócratas, librepensadores, desvaneciendo ideales e ilusiones de éstos. ¡Como si todo mereciera ser corrompido! Así sobrellevan mejor el teflón de la culpa que jamás aflora entre ellos. Seres miserables, con familias vergonzantes, que sin remedio, como en Fuente Ovejuna, "todos a una" van por el erario público. El mundo al revés.

Sus mejores fechorías las clausuran alicorados -sabemos que el licor deshinibe, extrovierte, empalaga- solo para admitir que "borracho no vale", una especie de keplar que los hace inmunes para sobrellevar su vacía y lánguida existencia.

Les decía que hay unos loquitos admirables. Rebeldes con causa que se resisten a morir o desfallecer ante tanta andanada de humillaciones. No pueden flaquear, no pueden rendirse, no se pueden equivocar, y aún así, libran la batalla de la dignidad y hasta sacrifican su vida misma. Batalla desigual frente a ese leviatán que en espiral aspira a sofocarles, constreñirles, intimidarles, posando de "superiores", pero que son lo más parecido a los parásitos, seudópodos que beben de su esfuerzo, les chupan la sangre y sus ideas desde su zona de confort, apuntando a seguir escalando como "chirretes" coqueteando con carteles de toga.

En el platanal, a falta de justicia, HAY JUECES; sino esto sería, como dijo Fernando Vallejo, El Desbarrancadero.

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