"Nadie es bueno, nadie es malo completamente..." dicen las letras de la canción Corazón Guerrero del gran Willie Colón, y mucha razón tiene ante actuaciones repudiables y bondadosas combinadas que se atribuyen a mortales y a los que ya se fueron sin llevarse nada, porque en esta vida uno solo se lleva lo que hace.
Se atribuye a Diógenes frases como que hay cosas que no se pueden cambiar. La gente piensa diferente y la política es abstracta. Suficiente ilustración para seguir indiferentes frente a los desmanes diarios.
Pero me temo que Diógenes o estaba bien equivocado, o enviaba un mensaje cifrado o entre líneas... Decir esto en el año 323 antes de Cristo era evitar su ejecución y lo blindaba de meterse en líos con el poder autoritario. Si no, examinen lo que le pasó al maestro Jesús, unos siglos después.
Hoy es igual, y con tendencia a empeorar ante el hampa campeante y ponzoñoso que se enquistó en todas las esferas, todo por la gracia de la codicia desmedida y la seducción del poder.
En este platanal de contradicciones, el tiempo de la civilización y el derecho se detuvo. Hemos presenciado dos funciones circenses que nos dejan un sabor agridulce en la boca. Por un lado, la absolución reciente de Karen Abudinen, la exministra cuyo nombre se volvió sinónimo de escándalo y cuyo grueso expediente de responsabilidad desapareció con la gracia de un truco de magia bien ensayado. Por el otro, la sanción a la alcaldesa de California, Santander, Genny Gamboa Guerrero, por atreverse a defender el Páramo de Santurbán, enfrentándose al coloso de la minería que amenaza con secar las fuentes de vida de nuestros páramos. Dos historias que, aunque parecen inconexas, forman parte del mismo espectáculo: la tragicomedia del lawfare en manos de la Procuraduría, bajo la mirada indiferente del sistema judicial.
Karen Abudinen es, sin duda, el Houdini de nuestros tiempos. Como un ilusionista profesional, logró que los 70 mil millones de pesos desaparecieran ante nuestros ojos, solo para que, con un chasquido de dedos y un par de discursos bien redactados, también desapareciera toda responsabilidad sobre sus hombros. La Procuraduría, ese prestidigitador de traje y corbata, hizo su parte: agitó su varita mágica y ¡abracadabra!, la exministra quedó libre de toda culpa. La corrupción, como un conejo que se saca del cubilete del mago, se esfumó en medio de la niebla de tecnicismos legales, dejando a los ciudadanos rascándose la cabeza, preguntándose si acaso todo había sido un truco más del sistema. Un cuento kafkiano: Ante la ley.
Mientras tanto, en otra esquina de este gran circo, la alcaldesa de California Genny Gamboa Guerrero enfrentaba al Goliat minero que amenaza con tragarse el Páramo de Santurbán. Aquí, la metáfora es evidente: una mujer valiente, con su honda y su determinación, desafía al gigante, pero en vez de aplastar al opresor, es ella quien recibe el golpe. En esta función, no hay aplausos para el héroe ni trofeos para la valiente. La Procuraduría se congració con Goliat y, dispuesta a defender los intereses de los titanes económicos, levantó su mazo y castigó a quien se atrevió a decir "no" a la devastación ambiental. Es como si el mismo Goliat hubiera escrito las reglas del juego y la honda de David estuviera prohibida por un decreto, mientras el sistema judicial observaba, inmóvil, como un espectador que no quiere interferir en el espectáculo.
Y aquí es donde entra en escena el lawfare, ese monstruo que, bajo la apariencia de la legalidad, devora a quienes se atreven a desafiar los intereses más poderosos. El lawfare es el bufón que se pasea por las oficinas de la Procuraduría con una máscara de justicia, fingiendo equidad mientras maneja los hilos de los títeres que dictan sanciones. En este gran teatro, el derecho se convierte en una marioneta manipulada por quienes tienen el oro, la influencia y la justicia, en un espectador más que aplaude desde la grada mientras el show continúa.
La absolución de Abudinen y la sanción a la valerosa alcaldesa Genny Gamboa Guerrero son las dos caras de una misma moneda que se lanza al aire para decidir quién gana y quién pierde. Y, como en todo buen truco de magia, es el público el que termina engañado, creyendo que lo que ve es la verdad, cuando en realidad solo es la versión que el ilusionista quiere que creamos.
Así seguimos, en este país donde la justicia es un circo itinerante y el lawfare, el acto principal que define quién merece la absolución y quién merece el castigo. Mientras a unos los elevan en aires de impunidad, a otros los aplastan con el peso de un mazo que no distingue entre el bien y el mal, sino entre el poder y la vulnerabilidad. Y mientras los magos y gigantes de la Procuraduría sobreviven con sus culpas bien anestesiadas al calor de celebraciones y francachela a bordo, el sistema judicial permanece en silencio, un testigo mudo que observa cómo el truco final siempre es otra mentira bien ensayada.