Hago una breve manifestación, pues debo sincerarme y reconocer que no soy el autor de la siguiente reflexión. Me fue revelada, dictada, enviada a lo largo de los años, pero además admito que solo fui algo así como un canal o medium, no se rían.
Esto es de una seriedad tan inigualable que lo leo como la bitácora de la vida. ¡Tanto marcó mi sendero! Un ser tan trascendente como nebuloso me lo mucitaba con una exhalación en el oído, y yo iba memorizando, armando y recopilando. Aseguro que ningún ser humano me palabreó tan bella y singular manifestación abigarrada de matices diamantinos, que ya tenía una base argumentativa completa de la cual germina este escrito y que por fortuna aún hoy sigue sin quien reclame derechos de autor: "El Padre Nuestro".
Algunos reflectores del pensamiento llegan a creerse dueños de aquello que es de todos, de lo más alto les envían regalos, creyéndose que es para ellos exclusivamente por algún distintivo especial que creen tener o merecer; dirán: "no le doy crédito a una mediación o canalización o qué sé yo..." y su engreído ego deplora de tales medios y atuendos inefables y lo patentan a su nombre. O lo que es peor, lo guardan en cofres secretos.
El poema Desiderata, que por mucho tiempo no se supo de autoría alguna -lo escribió Max Ehrmann-, dio pie al mito y leyenda revestido en un delicioso misterio y especulaciones a granel. Decíase que fue un escrito enviado por extraterrestres o encontrado en una caverna; otros dijeron que su hallazgo fue en la iglesia San Pablo de Baltimore; algunos lo referenciaron años atrás; otros lo acreditaban del siglo XVII, sin ser tan antiguo. Lo real fue que se compartió. Anduvo y se reprodujo siendo leído masivamente... años después apareció su autor reclamando sus derechos.
Aquí no hay lugar a especulaciones. Esta manifestación es de alguien menos anónimo.
Comencemos:
Carta Al Padre
Padre nuestro que estás en mí, en lo visible y en lo invisible, arriba y abajo, dentro y fuera de mí, en el centro y en la periferia.
Santificado sea tu nombre, Señor YHWH. Llévanos a tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos el alimento imperecedero necesario de cada día. Perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tentación ni aún con nublada razón.
Permíteme, Padre Santo, transformar la ira por la paz, la alegría y el amor, pues quien vence el demonio de la ira vence a su peor enemigo y vive conforme consigo mismo.
Permíteme, Padre Santo, transformar la culpa por el perdón, pues soy un hombre justo e hijo de padres justos, respetuoso de la ley que es amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, y he sido enaltecido en espiritualidad, salud y sabiduría.
Permíteme, Padre Santo, transformar el miedo por un inmenso coraje y valor, pues siendo a imagen y semejanza del Espíritu Santo, ¡cómo puedo sentir temor!
Permíteme transformar el no por el sí, negativismo por positivismo, pesimismo por optimismo, permíteme transformar la superioridad de mi ego material por la fuerza de voluntad de mi pequeño ego espiritual.
Permíteme transformar la aptitud de juzgar y criticar por el respeto al libre albedrío.
Permíteme transformar la lujuria por el amor.
No permitas que tome los atajos del mal y el peligro.
Amén.
Yeshua.