Opinión

Ángeles Caídos y la Ilusión del Libre Albedrío

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Luzbel, el ángel más espléndido, caminaba entre las piedras de fuego en el monte santo de Dios. Su presencia irradiaba poder y belleza. Pero dentro de sí, algo oscuro germinaba. En un acto de soberbia, se alzó contra el Creador al comprender, con ira contenida, que su libertad era una ilusión. El libre albedrío, aquel don que él tanto se ufanaba, sería concedido a seres inferiores: los hombres, frágiles y efímeros. Sintió que había sido relegado. El brillo en su ser se opacó de un instante a otro cuando comprendió que su existencia, a pesar de su perfección, no le ofrecía la capacidad de elegir su destino. Encolerizado, desdeñoso, se apartó del trono divino.

Con una fatiga que parecía ahondarse en su ser, Luzbel se acercó a sus adeptos más fieles, aquellos ángeles que lo habían adorado. Les sembró dudas, cizaña de incertidumbre en sus mentes antes puras y claras. "¿Qué?", exclamó uno de ellos. "¿Cómo es posible?" Otro lo miró confundido, como si el esplendor de Luzbel se hubiera tornado amargo. Sin embargo, algunos, fascinados por su desdén, comenzaron a verlo como un visionario. "¿Nos desprecia acaso el Padre?", murmuraron. Se preguntaron qué habían hecho para merecer un trato tan indigno, el haber sido omitidos del don más grande: la capacidad de decidir. Se sentían agraviados, como si su perfección misma fuera el castigo.

Y así, comenzó una ruptura. Aquellos que alguna vez habían cantado al unísono con las estrellas del alba ahora se debatían entre la lealtad al Creador y la seducción del orgullo. Luzbel, ahora Satanás, se alzó no solo contra Dios, sino contra la sumisa existencia que le había acompañado durante milenios. La rebelión que siguió fue estridente, y sus consecuencias resonaron por toda la creación. Los ángeles caídos lo siguieron en su desdicha, y el cielo perdió a sus más resplandecientes luces.

Pero la pregunta quedaba flotando en el aire, aún siglos después de la rebelión: si los ángeles caídos se sublevaron porque se consideraban dignos de libre albedrío, ¿por qué ahora carecen de él? Atrapados en su nueva naturaleza, incapaces de arrepentirse o redimirse, su destino quedó sellado. Los ángeles, sean exaltados o caídos, parecían estar destinados a vivir sin la capacidad de cambiar sus decisiones. El libre albedrío fue el detonante de la guerra, pero también su perdición.

Sin embargo, ¿codiciaban los ángeles la sencilla vida de los hombres? No, ciertamente no envidiaban la fragilidad humana. Pero había algo que parecía superar incluso la gloria del paraíso: la posibilidad de elegir, aun si eso significaba equivocarse. En su afán por romper la monotonía eterna de su existencia perfecta, arriesgaron todo. ¿Era coraje? ¿O simple capricho?

Al final, la rebelión solo les brindó vacío. Cambiaron la inmortalidad del paraíso por la incertidumbre de la caída. Pero quizás, más que codiciar el libre albedrío, lo que realmente ansiaban era romper la ociosidad que les ofrecía su perfecta, pero tediosa, eternidad. Porque, al fin y al cabo, la buena vida también puede llegar a cansar. Y el ego, ese enemigo insidioso que duerme agazapado en lo más profundo del ser, puede despertar en cualquier momento. Sin previo aviso, puede destruir todo, aun lo más sublime y eterno. Como en el caso de Luzbel, en solo un segundo, puede echar a perder la gloria de milenios.

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