Opinión

Un Juego Sin Reglas

0
100

Caminaba entre calles viejas que olían a polvo, hierro y un poco de desesperanza. El viejo Pueblo de Los Ángeles se alzaba como un cementerio abierto, sus edificios coloniales caían a pedazos, pero aún tenían la arrogancia de resistir. Había algo casi cruel en ello, como si cada grieta dijera: "Mira cuánto he soportado. ¿Y tú?"

El viento arrastraba papeles viejos y restos de quién sabe qué. A veces, parecía que murmuraba algo. No le prestaba atención. Siempre hay un ruido que intenta que lo escuches, pero nadie te obliga a responder.

No buscaba nada. Ni en estas calles ni en mí mismo. Si algo tenía claro era esto: mirar dentro es abrir una puerta que nunca se cierra. ¿Para qué molestarse? Pensé en Céline, en ese viaje al fondo que no lleva a ninguna parte. Él tuvo el valor de sumergirse. Yo prefería mantenerme en la superficie, aunque fuera un terreno minado.

El sol se había escondido ya, y las primeras luces artificiales comenzaban a encenderse. Caminé hasta un puente que cruzaba un canal seco. El agua había desaparecido hacía mucho, dejando un lecho de tierra cuarteada y basura olvidada.

Me detuve en medio del puente y miré hacia abajo. Las grietas en el suelo se extendían como raíces muertas. Había algo hipnótico en ellas, algo que me hacía pensar en mis propios fracasos, en las líneas que se habían formado en mi vida, siempre alejándose unas de otras.

Fue entonces cuando algo llamó mi atención. Un periódico viejo, arrastrado por el viento, quedó atrapado junto a mi pie. Lo recogí sin pensar, el papel era tan frágil como la piel de un anciano, y las letras borrosas apenas se sostenían.

“ALERTA MUNDIAL: ESCALADA NUCLEAR INMINENTE”

Leí el titular en voz baja, como si decirlo en silencio pudiera restarle peso. La tinta roja destacaba entre el fondo grisáceo del papel, pero lo que más me inquietó fue la fecha. Era de ese mismo día.

Miré a mi alrededor, al horizonte apagado, y me di cuenta que las luces rojizas en el cielo no eran reflejos del atardecer. Eran algo más, algo que avanzaba lentamente, como una ola invisible. No había sonido todavía, sólo esa luz que teñía los bordes de la noche, una advertencia muda.

Dejé caer el periódico. El viento lo atrapó de nuevo, llevándoselo hacia las sombras. Me quedé quieto sobre el puente, mirando las grietas del suelo que parecían extenderse aún más. No sentí miedo, ni tristeza, ni siquiera sorpresa. Sólo el vacío de saber que todo, incluso el final, llega sin reglas y su motor de inicio es el ego prepotente.

también te puede gustar