Opinión

Monólogo de un Corrupto: El Arte y la Seducción por el Poder

0
100
(Oscuridad profunda. En el escenario, apenas una tenue luz sobre el político. Su figura, envuelta en un traje impecable, se proyecta alta, casi divina. Su voz emerge desde las sombras, firme, serena, pero cargada de una intensidad que arrastra como un río oscuro. No hay apuro, cada palabra parece cincelada, cada pausa, medida. Su monólogo es confesión y sermón, pero sobre todo, declaración de victoria.)

POLÍTICO:


Mírenme. No bajen la mirada, no rehúyan. Aquí estoy, de pie, frente a ustedes, tal como soy. No les debo explicaciones ni disculpas, pero sé que las esperan. Lo hacen porque necesitan entender. Necesitan creer que mi corrupción es un accidente, una anomalía en un mundo que, según ustedes, debería ser justo, limpio, moral. Qué ternura me dan. Qué absurda necesidad tienen de fingir que el mal es siempre el otro.

Pero no vine aquí a darles consuelo. Vine a hablarles de la verdad. Y la verdad, aunque duela, es esta: yo no traicioné nada. Ustedes sí.

(Silencio breve. Su mirada recorre al público, como si los desafiara a contradecirlo.)

Yo entendí desde temprano que las reglas no son sagradas. Las reglas no protegen a nadie, excepto a quienes las escriben. Y si no soy yo quien las escribe, entonces soy solo un peón más, una herramienta para los designios de otros. ¿Eso quieren que sea? ¿Una herramienta? No. Mi ambición no lo permitió, y por eso hoy estoy aquí, arriba, mientras ustedes siguen abajo, sosteniendo con sus manos temblorosas el peso de un sistema que nunca los tendrá en cuenta.

¿Y qué es la corrupción, díganme? ¿Un acto inmoral? ¿Un crimen? ¿Un pecado? No. La corrupción es el lenguaje natural del poder. El agua busca su cauce, y el poder, su precio. Lo que ustedes llaman soborno, coima, desfalco, yo lo llamo negociación. Es el precio que el mundo cobra por darnos lo que queremos, y yo siempre estoy dispuesto a pagarlo.

(Pausa. Se inclina ligeramente hacia adelante, casi como si confiara un secreto.)

No soy un hombre malo. Lo digo en serio. Sé que esperan un monstruo, una criatura desprovista de alma, pero no es eso lo que soy. Soy simplemente alguien que decidió ver el mundo como es, no como los libros de ética pretenden que sea. ¿Por qué fingir que la política es un terreno sagrado? No lo es. Es un mercado, un teatro donde los ideales se subastan y las promesas se fabrican. Y yo, en ese mercado, soy el mejor comerciante.

(Se endereza, su voz se torna más profunda, más reflexiva.)

El poder no me eligió a mí por casualidad. Yo lo busqué. Lo conquisté. No me hablen de moral, porque la moral es un lujo que solo los débiles pueden permitirse. No me hablen de ideales, porque los ideales son para quienes no tienen el coraje de enfrentar las consecuencias del mundo real. Yo acepté esas consecuencias. ¿Quién más aquí puede decir lo mismo?

(Pausa larga. Su tono cambia, se vuelve casi melancólico, como si recordara algo distante.)

Recuerdo la primera vez que crucé esa línea que ustedes llaman “corrupción.” Lo hice con temor, sí, pero también con una certeza que no me abandonó nunca: sabía que ese momento era inevitable. No fue un acto de cobardía. Fue un acto de supervivencia. Y en esa decisión, en esa elección que ustedes condenan, descubrí algo importante: la libertad.

Libertad de las cadenas de la opinión pública. Libertad del juicio moral de los otros. Libertad, incluso, de la necesidad de ser amado. Porque, al final, ¿qué es el amor sino otra forma de control?

(Su voz se endurece nuevamente, con un tono casi filosófico.)

El problema no soy yo. El problema son ustedes. Ustedes que necesitan creer en héroes y villanos, en justos y pecadores. Pero les diré algo: en la política no hay héroes. Solo hay jugadores. Y en este juego, el que no toma, pierde.

Y no, no vengan con sus discursos sobre el “pueblo.” Ese concepto tan desgastado, tan vacío. ¿Qué es el pueblo? Una masa informe, un eco colectivo que pide justicia mientras devora las sobras que les arrojo. Yo no los desprecio; los entiendo. Sé que me necesitan, incluso si no lo admiten. Porque, ¿qué harían sin mí? ¿Qué harían sin alguien a quien culpar, sin alguien que cargue con el peso de sus frustraciones?

(Se acerca al frente del escenario. Su voz se vuelve más baja, más íntima, como si hablara directamente a cada persona.)

Ustedes creen que yo soy el problema, pero no lo soy. Yo soy el síntoma de un sistema que ustedes sostienen, un reflejo de los compromisos que hacen cada día para sobrevivir. No soy diferente de ustedes. Solo soy más honesto.

¿Remordimientos? No. No los tengo. ¿Por qué habría de tenerlos? Cada decisión que tomé fue necesaria. ¿Quién puede culpar al cuchillo por cortar, o al fuego por quemar? Mi único pecado, si quieren llamarlo así, es haber entendido demasiado bien cómo funciona este juego.

(Pausa. Su figura se ilumina con más intensidad, proyectando una sombra imponente contra el fondo del escenario.)

Soy corrupto, dicen. Y tal vez lo sea. Pero también soy un creador, un arquitecto. Cada contrato amañado, cada trampa, cada estrategia que ustedes condenan, no son más que ladrillos en la construcción de mi legado. Un legado que sobrevivirá mucho después de que sus gritos de indignación se apaguen.

No busco redención. No busco perdón. Lo único que quiero es esto: existir. Existir en la memoria de este mundo como algo que no puede ser ignorado, como una fuerza que se negó a seguir las reglas y que, en ese acto, trascendió.

(Se detiene. Extiende los brazos, como si abarcara el universo.)

¿Y qué hay de mi familia, dicen? Ah, mi familia... Ellos entienden. Saben que el amor no se mide en palabras bonitas, sino en fortunas y herencias. Les daré algo que pocos tienen: poder. Porque el poder es la única moneda real en este mundo.


Así que aquí estoy, frente a ustedes. No soy un héroe. No soy un villano. Soy un hombre que eligió mirar al abismo y no apartar la mirada. Y si eso me hace corrupto, entonces que así sea. Porque al final, ¿qué es la corrupción, sino la aceptación final de que el mundo pertenece a quienes tienen el coraje de tomarlo?

(El foco se apaga lentamente. Queda solo silencio, un eco de palabras que resuena en la oscuridad como un veneno que se niega a disipar.)

también te puede gustar