Opinión

La democratización del libro

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Si los educadores entendieran que enseñar a sus alumnos a consumir libros es la clave para abordar con propiedad el conocimiento, otro sería el panorama del desarrollo de la humanidad.

Cada vez que se publican los resultados de las pruebas Pisa, nos enfrentamos con la dramática realidad en cuanto a los índices de comprensión de lectura, en donde nuestros alumnos suelen resultar reiteradamente rajados. Si no comprenden lo que leen, es porque no se les ha enseñado a desarrollar instrumentos que permitan su asimilación a través de ejercicios prácticos que faciliten identificar con destreza las ideas que encierran los textos.

La reconocida escritora española, Irene Vallejo, quien acaba de visitar el país invitada por la Academia Colombiana de la Lengua, ha dicho que el libro hay que democratizarlo, y tiene toda la razón. Las acciones desplegadas hasta el momento no son suficientes: hacen falta más recursos para promover publicaciones, bajar los costos de las mismas, hacerlas llegar a todos los lugares posibles, permitir su acceso a las personas de bajos ingresos y promover la pedagogía de la comprensión de la lectura.

A pesar de esto, es posible comprobar que los profesores no tienen un compromiso férreo con su labor para permitir que este objetivo se cumpla. No se detienen a establecer y comprobar que la mayoría de sus discípulos no son capaces de comprender el conocimiento que se les imparte a través de los materiales que se les ofrecen para su lectura.

No solo es la falta de fijación en la lectura y la habilidad para capturar las ideas, también es la incapacidad para ampliar el vocabulario. Esto hace que, al abordar un texto, no sea posible identificar buena parte de los términos que contiene, lo que lleva a que las frases no se entiendan y las ideas que los textos contienen queden truncas ante el lector.

Esta falencia se refleja también en la capacidad de expresión oral de las personas, pues el lenguaje empleado resulta limitado, precario y simple. A esto ha contribuido mucho la expansión de las redes sociales, donde se apela, dentro de esa limitación, a emplear abreviaturas, ya que a los usuarios les da pereza escribir el término completo.

Preocupa también que, en la necesidad de expresión, se empleen vocablos que no existen, presumiéndolos válidos, pues la limitación lingüística no les ofrece posibilidades de expresarse de otra forma.

En una oportunidad, al visitar un parque en la ciudad de Estrasburgo, contemplé que allí había kioscos donde se ofrecían libros a los visitantes, los cuales además podían llevar a sus casas. A su vez, también se recibían e intercambiaban textos que los visitantes quisieran traer, y esa dinámica tenía una gran aceptación. Este mecanismo, como muchos otros, requiere una masificación urgente.

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